*En el Pueblo Mágico de Chignahuapan un sitio con miles de peces, docenas de ajolotes y murales multicolores que buscan preservar las especies acuáticas: Centro Piscícola
Guadalupe Bravo
Chignahuapan, Pue.- Peces multicolores, enigmáticos ajolotes, coloridos murales y un perfecto reloj forman parte un mundo mágico: Centro Piscícola de Chignahuapan.
En el depósito de agua natural, decenas de carpas nadan entre murales con el tiempo de testigo y los ajolotes se reproducen para salir de cualquier categoría de peligro de extinción.
En el Pueblo Mágico de Chignahuapan, en la llamada popularmente carpa europea se cultivan peces, en una forma de hacerlo que data de la antigua China en el 3500 a.C., aunque la práctica también se llevó a cabo en Grecia, Roma, Egipto y Babilonia.
Para algunos turistas los murales aledaños a la laguna y las pequeñas mesas y asadores con carbón quemado son un atractivo, pero el centro de este lugar son los estanques con cientos de animales acuáticos.
En la entrada de la edificación las papitas, churros, refrescos y agua embotellada son ideales para calmar el hambre y alimentar la diversión; el recorrido en el interior es fascinante, multicolor y didáctico, pues los murales pintados por artistas locales generan un abanico de emociones.
Desde ternura hasta miedo, los ajolotes y las tonalidades pintan mundos alternos, posibles realidades bajo el agua y hasta situaciones que solo se pudieron crear en nuestra imaginación.
“Ya viste que grande está, ven tío, ven a ver a este pez”, le grita una niña a un hombre.
Recién salen del asombro de ver los saltos de los peces dentro del agua, de sus escamas doradas al sol y sus grandes ojos cristalinos, cuando se enfrentan a la inmensidad de la laguna de Chignahuapan.
El camino de concreto contrasta con el verde radiante del pasto para llegar al reloj monumental, un mecanismo que tiene grabados a dos autómatas, un decorador y un “globeador de esferas”, hombres famosos en los talleres que le dan ímpetu a la temporada decembrina a esta región productora de esferas.
Lo más sorprendente de esta pieza son las compuertas grises que al abrirse muestran a un liliputiense forjando una esfera. Mientras el hombre trabaja, una narración suena en el eco. Cuenta el proceso para elaborar estas bolas de vidrio que colgamos, junto con nuestras ilusiones, en el árbol de Navidad.
Una pareja se toma fotografías en las letras de colores que se encuentran frente al reloj. “Chignahuapan”, puede leerse en ellas. En tanto la niebla comienza a descender y a cubrir el agua de la mítica laguna.
Esta escena resulta perfecta para una madre y su hija, quienes disfrutan de la vista en una de las bancas.